EL DEPORTE AHORA ES MI VIDA
- ¡Abuelo, abuelo! –le llamaba insistente Óscar.
El abuelo se despertó y se levantó, asustado y sobresaltado,
de la silla en la que se estaba quedando adormecido. Cogió su bastón y
rápidamente llegó a la habitación de Óscar.
Óscar era un pequeño de ojos verdes, moreno, inquieto, al que
le gustaban mucho los deportes.
- No me puedo dormir –se quejó Óscar.
- Cierra los ojos y pon la mente en blanco –le dijo su
abuelo.
- Abuelo, ¿me cuentas una historia? –preguntó Óscar.
- Casi todos los días te cuento una, ya no me acuerdo de mis
tiempos –replicó el abuelo.
- Por favor, abuelo… –dijo de manera educada e insistiéndole.
El abuelo, solo por el hecho de ver feliz a su nieto, le
contó una pequeña historia, de la que no se acordaba muy bien, pero lo intentó.
Comenzó diciendo:
- ¡Qué tiempos aquellos! Aún recuerdo que hace muchos años,
en la villa del norte, como la llamábamos nosotros, vivía una chica llamada
Carmen. Era la típica chica morena, de ojos negros, delgadita, con dinero, y mimada
por sus padres. A todos nos gustaba.
Su padre era una persona buena, amable, y parecía cariñosa.
Tenía una altura increíble. Nunca he visto un hombre más alto. Era un magnífico
jugador de baloncesto, la estrella del equipo se podría decir, al que todos
admirábamos y respetábamos. Ella, por todo eso, presumía de su padre. Iba a
verle a la mayoría de los partidos, y le animaba como nadie.
Un día les tocó jugar en Barcelona contra un rival fuerte.
Fueron todos los jugadores del equipo en autobús. Durante el partido, todo iba
bien. Es más, el equipo del padre de Carmen sacaba varios puntos al equipo
contrario y, finalmente, ganaron.
Cuando terminó el partido, los jugadores se alojaron en un
hotel para descansar.
Al día siguiente, después de desayunar y prepararse, por la
mañana temprano, salieron de nuevo rumbo a su ciudad.
Pero durante el camino, ocurrió un trágico accidente, el
autobús en el que viajaban los jugadores chocó contra varios coches y volcó
contra un muro.
Muchos de ellos salieron ilesos de la situación, pero el
padre de Carmen y otro de ellos fueron directos al hospital y, tras varias
horas de espera, no pudieron hacer nada por ellos.
Pasaron varios meses durante los cuales Carmen sufrió mucho,
pero conoció a un chico que se llamaba Marcos. Y fue la persona que le dio
fuerza y ánimo para seguir adelante. La apoyó en todo lo que ella necesitó.
Al cabo de unas semanas, Carmen decidió seguir los pasos de
su padre, y convertirse en una mujer deportista.
- Abuelo, ¿Carmen jugó al baloncesto también? –preguntó Óscar
interesado.
- Sí –respondió el abuelo–. Todos los días Carmen salía a
entrenar, porque hubo mucho cambio en ella. Ahora ya no se comportaba como una
niña malcriada, sino que se preocupaba por los demás.
Casi un año después de la muerte de su padre, Carmen quedó
segunda en varios campeonatos, o incluso primera en alguna ocasión.
En honor a su padre, preparó un partido con ayuda de otras
personas, pero no cualquier partido, sino un partido benéfico. Y no con
cualquier equipo, sino con el Barcelona. Esta vez ellos eran los locales.
Cuando llegó el día de este esperado partido, Carmen,
acompañada de Marcos, estaba muy emocionada. Se la caía alguna lágrima, y al
principio tenía la piel blanca como la nieve, recordando a su padre.
Iba a comenzar el partido. Cada vez Carmen estaba más
nerviosa. Sabía que era su gran día, el día de su padre, para agradecerle todo.
No podía estar quieta, hasta los comentaristas notaron su nerviosismo. Ya era
tarde como para poder parar todo esto. El árbitro pitó el inicio del partido.
Carmen se quedó inmóvil en el medio de la pista, parecía una estatua, tenía la
mirada fija en un punto y ni siquiera se movía.
Desde el palco, los comentaristas comenzaron a resumir ese
gran partido, y a describir el estado de Carmen.
- ¿Qué la pasa a Carmen? –preguntó Óscar.
El abuelo siguió contando su entretenida historia.
- Nada, al principio solo hubo una sustitución. Sacaron del
banquillo a otra chica por ella, pero al cabo de 10 minutos y tras ir perdiendo
el equipo de Carmen, con una desventaja de 20 puntos, ella reaccionó. Se dio
cuenta de que debía estar jugando, estar con su padre, tenerle en su memoria y
nunca olvidar el sentido de ese partido.
Así que, decidida, salió al campo y, tras unos pocos minutos,
consiguió empatar el partido.
Poco tiempo quedaba, pero en la recta final la hicieron una
falta personal. Todos los asistentes quedaron boquiabiertos. Carmen estaba
echada en el suelo, con un esguince de tobillo, por lo que no podía tirar a
canasta sus dos tiros libres. Una compañera los tiró por ella. Todo el estadio
quedó en silencio.
¡Piiii! Sonó el silbato del árbitro. La compañera tiró a
encestar el balón, pero no lo consiguió. Cada vez la gente estaba más
emocionada. ¡Piiii! Volvió a sonar. La gente allí presente tenía los ojos como
platos y Patricia, así se llamaba la compañera, estaba bajo presión.
De repente, se dispuso a encestar el balón, que rebotó varias
veces en el aro, pero al final acabó entrando.
Carmen se llevó una gran alegría y todo el público aplaudió.
Acompañada de su novio fue a dar las gracias a Patricia.
Por último, pidió unos minutos de silencio por su padre y al
acabar dijo: “Papá, esto va por ti, el deporte ahora es mi vida”.
Óscar, Óscar –llamó un par de veces el abuelo a su nieto. Por
lo visto el pequeño se había quedado dormido. Le dio un beso de buenas noches y
sigilosamente se dirigió hacia la habitación.