Enlaces Institucionales
Portal de educación Directorio de Centros Recursos Educativos Calendario InfoEduc@
Alumnos » silvia
Alumnos
silvia

LA MAYOR IMPRUDENCIA DE MI VIDA

 

Estoy nerviosa, muy nerviosa… Solo faltan cinco días para la competición. Gorro preparado, gafas preparadas, bañador preparado… Es uno de mis preferidos: negro, con unas florecitas rosas muy llamativas, seguro que a la gente le llamará la atención.

No es la primera vez que compito; es más, he ganado ya un par de premios en ocasiones anteriores. Pero esta es especial, me vendrá a ver gran parte de mi familia y también mis amigos, no puedo defraudar.

En una hora tengo que estar en las piscinas donde entreno, allí me espera mi entrenador, Alberto. Me exige mucho, pero en el fondo me cae genial.

- ¡Ángela! ¡Vas a llegar tarde al entrenamiento! ¡Vamos! –ya está gritando mi madre. Será mejor que me dé prisa. Casualmente, de camino, mamá pincha la rueda delantera derecha del coche.

¡Espero que Alberto no se enfade!

- Hola, Alberto, siento el retraso, me voy a cambiar y enseguida estoy preparada.

- Ya no sé ni qué hacer contigo. ¡Siempre tarde! Ah, por cierto, nada de correr hoy por los bordes de la piscina, han dado un producto que resbala un montón –dijo Alberto.

- Vale, y no ha sido culpa mía el retraso, ahora te lo cuento…

- ¡Eli! Haz caso a tu entrenador, enana, que no me quiero mover de la silla hoy –añadió el socorrista, tan agradable como siempre.

Ya me he cambiado, y hoy estoy con unas ganas terribles de empezar. El entrenador y el socorrista no miran. Ambos están hablando. Aprovecho y hago un salto mortal de esos que tanto me gustan, pero… ¡Ay! Me doy un resbalón tremendo. He amortiguado el golpe con la cabeza, siento que toco el borde con la nuca en un golpe seco. Me caigo a la piscina. Al mismo tiempo, veo cómo el agua se tiñe de rojo. Es sangre.

Rápidamente y debido al estruendo del golpe, el socorrista va en mi busca, y con mucho esfuerzo me saca de la piscina. Parece asustado, no para de gritar: “¡Alberto, Alberto, llama a una ambulancia!”

¿Será para tanto? Bueno, sí, me duele un montón. Yo no paro de sangrar. El socorrista me agita, y pronuncia mi nombre numerosas veces. Yo no hablo, será por el golpe.

En poco tiempo se forma un círculo de personas a mi alrededor, pero Alberto se esfuerza para que se aparten y se vayan.

En escasos diez minutos estoy subida en una ambulancia, a mi lado izquierdo se encuentra mi entrenador, y al derecho, el socorrista. Están muy angustiados, y oigo cómo hablan con mi madre por teléfono intentándola tranquilizar.

¡Puff! Ahora estoy en el hospital, rodeada de médicos que me examinan por todos lados. ¡Qué agobio! Acabo con un vendaje en la cabeza. También tengo una mascarilla puesta en la nariz, que me oprime bastante la cara. Rápidamente llegan mis padres. Mi madre no para de darme besos en la mano y llora; mi padre me mira con cara extraña. Les digo que estoy bien, que no es nada grave. Ni caso. No hay manera. Los médicos entran para examinarme de nuevo, y les piden a mis padres que salgan. ¡Qué horror!

Después de un cuarto de hora manoseándome y haciendo más y más pruebas, cesan. Hablan con mis padres. Oigo decirles que había perdido sangre, y tragado mucha agua; y, por último, algo de que todos estos aparatos que me habían puesto no servían de mucho. ¡Genial, no tardaría en recuperarme e irme a casa! No podía perder tiempo, el sábado tenía que competir.

A la mañana siguiente, no tengo ningún aparato raro puesto, solo noto que me han cosido puntos en la cabeza, pues me tiran. Puedo oír a mis padres en la recepción de la planta. Me incorporo lentamente y corro hacia ellos. Quiero ver qué tal están, y darles la buena noticia de que ya estoy bien. Están abrazados, mi madre sigue llorando a pleno pulmón, mi padre disimula mejor. A su lado hay dos médicos. En el bolso derecho de la bata tienen una placa en la que se puede leer “Dr. González. Psicólogo” y “Dra. Pérez. Psicóloga”. No entiendo nada.

¿No se alegran de verme recuperada? Mamá no para de preguntarse por qué y por qué. A mí me seguían sin hacer caso. ¿Estaban demasiado ocupados con sus cosas, como para preocuparse un poco por su hija?

Menos mal, al final del pasillo veo a mi abuela y al abuelo, también vienen mis tíos, y… ¡Mis primos! Vienen medio corriendo y traen una cara espantosa. A mi abuela la oigo musitar: “Dios mío”.

Tampoco me hacen caso y se ponen a hablar con mis padres. ¿Por qué están tan preocupados? ¡Yo quiero enterarme!

De repente, mi primo se va corriendo hasta la habitación donde había estado hace un momento, al grito de: “¡Ángela, Ángela!” Mis tíos lo detienen.

Me voy fuera a tomar el aire, no soporto verlos así. Allí está mi entrenador y algunas de mis compañeras. Seguro que es para ver que ya me he recuperado, y para decirme algo de las competiciones. Voy a saludarlos, a ver si ellos saben por qué mi familia está así.

Veo que Alberto tiene un ramo de flores en la mano y hay una inscripción en una cinta en la que pone algo. Lo leo atentamente: “Siempre estarás con nosotros, Ángela”.

¡No puede ser! Ahora lo entiendo todo, esta sensación tan rara. Algo imperceptible para mis ojos, pero sí para los demás. Ya no existía para nadie…

 

                                   Silvia de la Fuente Fernández. 4º ESO.

Enlaces Institucionales
Portal de educación Directorio de Centros Recursos Educativos Calendario InfoEduc@
Reconocimientos
Certificacion CoDice TIC Nivel 4