EL SUEÑO

Nadie quería que lo intentara, se limitaban a decirme que ese deporte era para chicas, que lo habían practicado toda su vida, que se necesitaban muchas horas de práctica y era demasiado sacrificio. También, que nunca llegaría a estar a la altura de la gente que ha practicado la gimnasia rítmica desde niño.

La verdad es que ese deporte me había gustado desde que era pequeñín, pero nunca me atreví a decirlo por miedo a que pasara lo que está pasando ahora. Pero ya soy mayor para saber lo que quiero.

Y aquí estoy yo, en mi habitación, recordando todo lo que me han dicho sus caras al saberlo. Algunos se reían porque lo encontraban ridículo. ¡Un chico de dieciséis años haciendo gimnasia rítmica! La única cara que no se me borra de la cabeza es la cara de mi padre. Él siempre había soñado con que su hijo fuera un gran jugador de fútbol, como él lo fue.

Me estoy empezando a sentir ridículo, con las mallas tan ajustadas y la camiseta de tirantes azul, pero era lo que quería e iba a luchar por ello. Así que no lo pienso más, me pongo el chándal, cojo la mochila y salgo de casa.

Si lograba pasar la prueba, no solo accedería a una plaza en esa academia, también se me abrirían muchas puertas. Y ahora estoy corriendo por las calles de Madrid, con la mochila al hombro y soñando con poder entrar en esa academia de gimnasia rítmica. Por fin llego al edificio, entro, dejo las cosas en mi taquilla y me pongo a calentar con todos aquellos chicos y chicas que también sueñan con una plaza. Son muchísimos y yo empiezo a ver cada vez más lejos mi sueño… Pero no he llegado hasta allí para rendirme.

Un hombre abre súbitamente la puerta y dice unos cuantos nombres. Los nombrados le siguen. Cada cinco minutos se repite el mismo procedimiento. Hasta que por fin oigo decir entre uno de esos nombres el mío. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo, pero marcho hacia delante y entro en el gimnasio, donde espera todo el jurado.

Sinceramente no sé cómo lo hago. Estoy tan concentrado en mis ejercicios que no miro ni por un momento al jurado. Todo pasa muy rápido y, cuando me quiero dar cuenta, ya ha pasado todo, solo queda esperar…

A las dos horas de haber acabado sale un hombre y cuelga dos papeles en un corcho. La gente se mata por ir a verlos. Se oyen gritos de alegría y alguna que otra lágrima de decepción. Yo, con miedo y casi sin ninguna esperanza, me acerco. Pero… ahí está mi nombre, increíblemente he pasado. ¡Estoy dentro! A partir de ese momento, estoy seguro de lo que hago. Nada más abrir la puerta de casa, corro, desesperado para dar la noticia a mis padres. Y quedo recompensado al ver a mi madre con tanta ilusión y a mi padre con tanto orgullo.